El hecho de incluir la figura del trgachicos ó Gargantúa en las comparsas de gigantes y cabezudos, tiene un grán significado histórico, puesto que el escultor Félix Orox, presentó la comparsa de principios del S. XX junto al grán personaje ilustrado en la imagen:
Se trata de un personaje Árabe, posiblemente, representando la estancia de ésta raza en Zaragoza hace cientos de años.
Pasados los años, se decide cambiar la identidad del gargantúa a un personaje más de la tierra. Como no podía ser de otra manera, pasó a representar a un baturro comiendo en cucharón que fué bautizado con el nombre de Tío Zambombo, se presentó en sociedad en los años 60 en la Plaza del Pilar.
Hubo un tiempo en el que se le perdió la pista hasta el año 1892 que se volvió a recuperar con algunas variaciones: en vez de portar un cucharón, paso a sostener un descomunal bocadillo por el que a través de unas escaleras, los niños podían acceder a su boca y evacuar por el trasero.
En 1995, vuelve a desaparecer el personaje por segunda vez, pero pasados 17 años, durante las fiestas del Pilar del 2012, se vuelve a recuperar restaurado por la familia Casorrán cambiando el material de cartón piedra al poliester.
Tragachicos, Tragaldabas y Gargantúas de otras localidades (click sobre la imagen)
"Los gigantes[...] A estos los conocí de niño, les traté, les admiré, les cí, olí y toque; si, les toque también ¡Vaya si les toqué! Eran los míos.
Llegaban lo menos hasta el segundo piso, iban serios y graves; ni se dignaban mirar a los chiquillos que les precedíamos. [...] ¡Qué bailes sus bailes, con qué gravedad danzaban, sin que siquiera se les viera los pies! Pero no, no; que yo se los ví, yo mismo, unos piececitos enanos, chiquirriticos. ¡Qué desencanto!"
Miguel de Unamuno, 1887
"¿Y el cabezudo? ¡Qué fiero nos arremetía! Pero observé (yo siempre he sido observador) que era el cabezudo razonable, y que, como el toro, no azuzándole, se pasaba de largo. Le esperaba yo un día en la acera de mi calle, y según él se acercaba, se acrecentaban los latidos de mi corazón [...] ¡Qué rabia! ¡No se lo que le hubiera hecho...! Ni me tocó [...]
Miguel de Unamuno, 1887
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